Cómo te respiro
Quedó escrito en la arena que recogieron las olas y, con las corrientes, ha de colocarlo allá, entre los océanos para que el viento beba de ello y embelese el aire. Yo te quiero y tu me quieres. ¡Cómo nos besa la brisa!
Quedó escrito en la arena que recogieron las olas y, con las corrientes, ha de colocarlo allá, entre los océanos para que el viento beba de ello y embelese el aire. Yo te quiero y tu me quieres. ¡Cómo nos besa la brisa!
El virtuosismo es patrimonio de la singularidad, aquella que puede portar la antocha que ilumina el camino para unos, pero la misma que encamina a muchos a la penumbra de las excentricidades, el laberinto de los necios. Virtuosismo es ejercicio y pasión, sensibilidad y concreción, el acertado tesón, y su fruto es el dorado cetro de la sensibilidad que modela el carácter. El camino recto, siempre acechado por las manías, encabezadas por el ego engendra los dilemas, donde la dicotomía es tan antagónica como los polos de un ciclo.
Con sus manos agrietadas por el barro compuso el arquetipo de un sueño elevado, sustrayendo de cada parte de la masa informe aquello que carecía de la palpitación que residía en el ánimo del escultor, con el cariño del amante que acaricia, con la suavidad de un aura, modelaba constantemente, sin dilación, con perseverancia, sin atender al transcurso del día, una imagen en la que depositaba la más elevada belleza de formas y proporciones. Un día, puso fin a la figura, con la insatisfacción de no sentir en su conseguida textura un pulso, un hálito… todo el estremecimiento fue del creador que amargamente lloró la noche. Aún así se incorporó con el Sol y cambió, con su hábil arte, el modelado por la fundión, intentando dar con el abrasador obrador de imágenes, con el crisol de la fragua, el calor que un pecho pudiera despedir; y de ese trabajo se produjo el resultado de un molde digno de la mano divina, sin fisuras que necesitaran relleno, defectos que hubiera que limar, pero con una sutil mirada helada que produjo, de nuevo, el llanto desesperado de un amante desdeñado.
Cuando no descifraba la vertical sonrisa de la luna, ni la multiforme cadencia del tililar estrellado, cuando no veía el esbozo de la aurora en el devenir del nuevo día ni escuchaba los vibrantes sonidos de la mañana, me di cuenta que debía despertar cada uno de los sentidos que permanecían adormecidos; descubrí que soñando las esencias que al espíritu le faltaban, éstos comenzaban a cobrar un nuevo ánimo y, cuando me propuse despertar, de los sueños se alimentó la realidad empapada en los sentidos según estos recobraban su ánimo.
La flor deshojada del anciano, el jardín donde el niño ubica sus juegos, el gran olividado de los amantes, el incalculable tesoro del inquieto, la prisión del desamor. Aquel que observa inalterable —incólume— cualquier acción e, impasible, es el motor de todo conocimiento, la cura de toda llaga, la propia acción.
Importan las palabras a aquel que las escucha y sabe reconstruir el paisaje que se modela, el camino que recorren, a quien las pone en el viento con su propio hálito y las dignifica con el palpitar de su pecho; a la esencia de la que parten para construir un nuevo universo…
Intención que pergeñas las distancias en espacios horizontales cuando han de ser recorridos, cuando fecundas encuentros; sin embargo, cómo se alzan al igual que cumbres rocosas, verticales, los espacios cuando impones la separación, el distanciamiento entre los espíritus. ¡Qué difícil es entonces escalar esas distancias! Qué brutal dicotomía aún sabiendo que tales muros se levantan por nuestra imperseverancia o desaliento.