05 mayo 2006

Crepúsculo


Este anochecer se me antoja largo y melancólico, con el tempi de un adagio, los últimos trinos del día entonan la sumisión al apacible letargo en el que la plateada divinidad esparce su suave lluvia de azul; allá en el extremo último de la jornada, donde el rojizo horizonte se ofrece abatido al recuerdo de su pletórica mañana en la que se bañó de luz, magnificando sus sierras, enriqueciendo de verdor la inmensidad vegetal de sus praderas. Los crepúsculos son así, como camino lacónico al reino de la noche, en la que los suspiros son el vaho que asciende como humo del combustible que conjuga los sueños aderezados de utópica ilusión, el único espacio en el que sin ser tangibles se disfrazan de realidad para los lunáticos: Ahora, ya no domina la óptica ilusión de la realidad tangible, sino el vasto reino de las penumbras, la obligada oscuridad de aquéllos que abandonaron sus sueños; pues en este reino son los pobres de solemnidad.

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En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esparaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

San Juan de la Cruz. Noche Oscura