14 julio 2005

Fidias

Con sus manos agrietadas por el barro compuso el arquetipo de un sueño elevado, sustrayendo de cada parte de la masa informe aquello que carecía de la palpitación que residía en el ánimo del escultor, con el cariño del amante que acaricia, con la suavidad de un aura, modelaba constantemente, sin dilación, con perseverancia, sin atender al transcurso del día, una imagen en la que depositaba la más elevada belleza de formas y proporciones. Un día, puso fin a la figura, con la insatisfacción de no sentir en su conseguida textura un pulso, un hálito… todo el estremecimiento fue del creador que amargamente lloró la noche. Aún así se incorporó con el Sol y cambió, con su hábil arte, el modelado por la fundión, intentando dar con el abrasador obrador de imágenes, con el crisol de la fragua, el calor que un pecho pudiera despedir; y de ese trabajo se produjo el resultado de un molde digno de la mano divina, sin fisuras que necesitaran relleno, defectos que hubiera que limar, pero con una sutil mirada helada que produjo, de nuevo, el llanto desesperado de un amante desdeñado.
Tal era la armonía de la figura que mirarla hacía caer en sumisión al espíritu, llevado por el voluptuoso contorno de las formas y la semblanza casi inmaterial del porte, quedando la duda de si tal obra era producto de las manos o de la alquimia de los sueños inmateriales que aporta el mensajero Hermes. Ya no sabía el artista como zozobrar, sucumbido en la pasión que le había llevado a elaborar tal creación, tan desmedida conforme a las más altas obras creadas con humana intención, que agotado e impotente ante el enorme esfuerzo, rendido, cedió al sueño. Viendo Zeus, no sólo el alcance de la mano humana que engendró tal obra, capaz de las heroicas sutilezas que acercan a los númenes, sino la cantidad de espíritu derramado en la perfección continua, en la perseverante búsqueda de belleza; se acercó en la hora púrpura y cálida en la que Selene pasea por las orillas, prados y montes susurrando sus cantos apaciguadores y, con un breve soplo de sus argénteos labios dio la tonalidad encarnada a las mejillas y produjo las pestañas y enervado vello del estremecimiento del nuevo ser que cobraba la vida, el empuje del seno inhalando la esencia que alimentaba su hálito y el conocimiento del que brotaba el amor por su creador.
Con la nueva aurora el despertar enjugó el rostro de ambos amantes y el alto Zeus sonrió, entendiendo el acontecimiento que él precipitó, no como milagro ni premio; sino el pago que otorga la perseverancia y la lucha a lo que un espíritu pertenecía, porque acaso la obra creada fue intención del autor, o más ciertamente fue aquella la que buscó su creador.