22 julio 2005

Más allá del bien y el Mal


Aquello que acabó con la mañana, lo que comenzó con prometedor amanecer, ¡que frívolo fue!… sí, fue fruto de genérica necesidad del sustento, y nos sumimos en veleidoso día entre las legiones de aquellos que arañan la tierra desgastando su suerte, donde la muchedumbre que horada los surcos monótonamente tras un vago sustento material que les haga los días soportables camina al ritmo de los comitres que se imponen a sí mismos en el paso de la banal existencia (buscando la material infelicidad, negado el sustento de espíritu).
Allá, en el ocaso de la tarde, donde convergen las luces con las sombras, algunos comienzan otro teatro… ¡Yo no! He de sumirme, único en mi entorno, en el sueño de los locos navegadores de astros, donde han de converger el espíritu, la razón y esa corporeidad que nos arraiga. Y en mi pretendida búsqueda veo ascender otras luminarias que apuntan al cielo centelleante de esporas vírgenes de acción —inusitadas, como los sueños— y resulta, que los sueños, no se supeditan al subconsciente, no quedan elaborados como una madeja que ha de deshilarse con el despertar, sino que establecen los trabajos en cuya abstracción radica la complejidad, tanto como en dotar a la sombra de un volumen que le arranque de las tinieblas —así son los nuevos prometeos—. ¡Qué nueva luz de no-adoradores!
Aquellos que no buscan surco en la tierra sin el pozo que ha de alimentarla; ellos, no son legión. Y busco porque sé que, como yo, habitan en los recodos del día que permanecen vírgenes a la fútil alabanza de la insuficiencia. ¡Enarbola tu sueño y haz de él bandera! (me incita Selene cuando converge en Aurora).