Melancolía
A veces pienso que ya no somos la mente, la idea, el pálpito. No. Ahora nos desvelamos como la carne sin huella visceral ni azulado arroyo que la recorre en busca de sano órgano al que nutrir. La voluptuosidad de nuestro aliento desapareció junto con la frescura de la palabra suave, perdida en el recuerdo del algo que hubo. Ya no corremos asidos a los vientos silbantes que galopaban sin ceñirse a molde alguno; tampoco soñamos con soñar, no nos abanderamos de los más bellos intangibles de acción: aquellas utopías frescas de estímulo que bañaban de efervescencia las jornadas enlazándolas, venciendo las fechas. Nos escondemos tras el muro de la edad, el que construye subrepsticiamente la rutina en las almas que se abandonan a su suerte. No oigo los latidos, ¿dónde están?, ¿y el susurro de tus labios, la tibieza de tu voz en el justo extremo de la noche?
No maldigo más que haberlo conocido porque hoy es la daga hiriente que me arranca vida en cada pulso de recuerdo. Donde se construye la melaconlía.