03 junio 2005

El Nuevo Sol

Torrente
El ímpetu que la música producía culminó con un estallido ante el severo golpe final que el director asestó cortando el aire con ambas manos finalizando la obra. Al hombre, de morena tez y nevada cabellera le recorrió un escalofrío por la espalda acompañada por una sensación de incertidumbre producida por el temor de haber desarrollado una obra superior a la altura de su tiempo, estaba seguro de su creación, en la que había puesto el esfuerzo de sus últimas energías entre una y otra obra que tal vez no llegaría a finalizar, a la que había dado el espíritu de amor celeste que él sentía que debía de albergar todo hombre. Sus ojos se enjugaron en un húmedo tililar de las luces del teatro permaneciendo en la situación de continuar una obra que ya había dado su grandioso fin, pero su adormecido sentido no le hacía apreciar ni la obra, ni el estallido clamoroso que tan elevada elegía de sentimientos había producido en las tres mil almas que se habían congregado, tras diez años, para ver la que fuera la última aparición del gran maestro. Por fin, la blanca mano de una de las solistas, agarró la del bravo maestro y le hizo subir al estrado, fue entonces cuando pudo apreciar lo que su creación había hecho sentir a los presentes, el canto a la pureza del interior humano había bañado, de tal modo a los oyentes que no podían sino, tras salir de su estupefacción ante lo producido, más que aplaudir y elogiar entre unos gritos imperceptibles a los oídos de Beethoven la obra maestra que se había ejecutado.

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«El Himno de la Alegría, su cardinal artículo de fe, quiso Beethoven musicarlo a sus veinte años; el poema de Schiller era entonces reciente. Realizó este proyecto treinta y cuatro años después. Mientras tanto, expresó esta misma idea en varias formas. Ya con la Séptima y Octava Sinfonías planeó simultáneamente la Novena y Décima, ambas con coros. […] Mucho tiempo reflexiona y piensa las palabras que convendrán al final de la Novena Sinfonía, mas por fin, dirigiéndose a su discípulo exclama: “Ya está, ya lo tengo decidido; cantaremos la canción del inmortal Schiller.”»

Beethoven, Emil Ludwig.

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No es un tópico, sólo es necesario escucharlo para darse cuenta, una de las obras más inmortales de la Humanidad ha influído hasta, en nuestros, días para el tamaño que han de tener los discos compactos. Pero es en directo como hay que aprehenderla… es una de esas cosas que da la energía suficiente para soportar los advenimientos mediocres cotidianos que de otra manera se harían insufribles.

3 Commentarios:

Blogger Aticca ha dicho...

Gracias Lau, es un placer verte por aquí.

4/6/05 16:47  
Blogger Grial ha dicho...

Sin duda una de las mejores obras musicales de todos los tiempos.
Buenpost.
Un beso :)

5/6/05 17:26  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Gracias Grial, un inmenso palacio con cristalinas estancias para permanecer, eso es la arquitectura de tal obra.

7/6/05 10:38  

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