Ventanas Abiertas, Ventanas Cerradas
Si al comienzo de la búsqueda dudas del encuentro, si entablando la batalla temes por la victoria, si tus campos no fecundas con, al menos, la ilusión. No reniegues de tu sino porque el alado fruto de las victorias sólo merecido es por aquel que no espera las malas hierbas ni en la incertidumbre, la desesperación. Los pechos fuertes, a veces, duelen de los golpes, nunca del rencor, nunca de la impotencia, nunca de la infelicidad.
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«Me disponía yo a escribir en el ritmo solemne hechos de armas y guerras violentas, de modo que el tema se ajustara a dicho metro. El verso de abajo era igual que el de arriba, pero Cupido se echó a reír y le sustrajo un pie, según cuentan.
“¿Quién te ha dado, niño cruel, tal deecho sobre la poesía? Los poetas no somos seguidores tuyos, sino de las Piérides. ¿Qué ocurriría si Venus quitase a la rubia Minerva sus armas, o si Minerva atizara las antorchas encendidas? ¿Quién admitiría que Ceres fuera la reina de los bosques escabrosos y que los campos se cultivasen por orden de la doncella que lleva la aljaba?, ¿quién equipararía a Febo, ilustre por su melena, con una afilada lanza, mientras que Marte, a cambio, tañe la lira de Aonia? Grande es, niño, tu soberanía, y poderosa en extremo: ¿por qué, en tu ambición, aspiras a una nueva empresa?, ¿es acaso tuyo el mundo entero?, ¿son tuyos los valles del Helicón?, ¿ni siquiera Febo dispone ya de su lira con seguridad? Cuando el verso primero de la recién estrenada página ha quedado escrito correctamente, he aquí que el siguiente hace flaquear mis fuerzas. Y para ritmos más ligeros me falta tema adecuado: muchacho o muchacha que peine sus largos cabellos.”»
Amores, Ovidio.
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