Vanas Resurrecciones
Hace poco nací inmolando tiempos pasados, dejando atrás vivencias que trajeron la hiel del escepticismo a mis labios porque, aunque me han de fortalecer, me acorazan de la vida robándome la credulidad inocente del niño que en un renacer se hizo hombre; de vástago de las ninfas, oriundo de Parnasos al destierro en telúricos laberintos urbanizados, que sepultan la hierba que deberían pisar mis pies desnudos. Recuérdate alguna vez, aquel infante, aquella niña, que abandonó sus pasos inseguros para adolecer la edad de las dudas, que transmutó sus días de vivas energías, de seguras contradicciones, para abanderar una lucha que daba paso a nuevas ansias de vivir de espejismos; de un nuevo devenir que te hacía renacer en cada golpe en una nueva persona donde el peaje de la vida se cobraba un ramo con las hermosas flores de tu inocencia y sólo en el recuerdo de esos días puedes recobrar la encantada aurora de aquellos despertares llenos de rayos luminosos que pongan en tu vida un pétalo del perdido bouquet. Recuérdate, intenta no inmolar la visión de tu inocencia… Y me digo, ¡recuérdate! (Pero ya no somos niños.)
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Una vez, siendo niño, era el verano,
un viejo labrador me llevó un día
sobre su curvo arado en el que dueño
recorría la tierra. Fue un instante
de azarosa belleza en que allí erguido,
sobre el madero, arcaico, vi moverse
mi fe sobre una oscura espuma densa
que a mi paso se abría. Tras mis hombros
el anciano velaba mi entusiasmo,
como esos genios que más tarde he visto
en un vaso pintado protegiendo
la adorable inocencia, y en los lindes
de aquella complaciente tierra negra,
bajo los centenarios olivares,
mis padres, con sombrillas, me miraban,
como dioses que aprueban. Encendidas,
como chispas de oro, las cigarras,
en torno me traían los calores
de su ventura, mientras que aquel rapto
me convertía en sueño que redime
de tantas postraciones venideras.
Sueño sin duda, sueño desolado,
que brilla en mi memoria como un ángel
que vino y me tocó y alzó su vuelo.
Aquí estoy entre hollín de las ciudades,
la lividez, la envidia y el acento
lúgubre de una lucha despiadada,
sombra de aquel instante que destella.
Laberinto de un Joven Arador, de Juan Gil-Albert.
3 Commentarios:
Fuí niña ,sí, fuí inmortal, la niñez se vive como la inmortalidad y el amor incondicional . Dejas de ser inmortal y das paso a las dudas . Duro golpe hacerse mujer . Fantasmas recorren todo tu cuerpo y lo peor es q esos fantasmas te acompañan toda la vida , las historias se repiten una y otra vez . Algún dia encontraré la respuesta correcta , entonces no recordaré ser niña ... "volveré a sentirme niña , a ser inmortal ". La solución no está en recordar , sino en avanzar "pq como tú bien dices ya no somos niños y los sentimientos no tienen edad .
Gracias Aticca por tus poemas , por tus reflexiones en silencio , por tus palabras entre lineas ...por tu vida oculta,... Hasta mañana . tem.
Quien pudiera ser niño de nuevo...
Precioso post.
Un beso :)
Gracias, Primavera por traer tus flores a esta página. Gracias Grial, yo creo que lo podemos ser, aunque moriremos en el intento.
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