Mixala
— «Maestro»; preguntó el joven discípulo inquietado por la duda, «¿a qué es debido que nuestro cuerpo se decrepite y se acerque paulatinamente a la corrupción, si me enseñas sobre la sustancia divina que alberga?».
— «Querido discípulo», respondió sosegadamente el viejo chamán como si esperara la pregunta; «devolvemos al Universo nuestra esencia tal y como ésta le pertenece, de forma que nuestro espíritu regresa al Cosmos como nuestra materia alimenta a las flores y simientes que nos sustentan; es un ciclo sabio que perdura desde el principio de los tiempos y nos enseña cómo somos parte grande y pequeña de ello». El discípulo aceptó tan docta respuesta como un hecho y su espíritu pareció quedar apaciguado. Sumido en la meditación, las lecciones y el trabajo, junto a los demás jóvenes transcurrió el día. No obstante, con la nueva luz de la mañana pareció que el pecho del joven se llenaba de nueva duda sobre otra de las incógnicas que le habían asaltado.
— «Mi sabio maestro, yo me pregunto por qué, si pertenecemos a tan inmenso océano de sabiduría como es el Gran Cosmos, nos vemos tan pequeños e ignorantes, por qué hemos de recorrer el camino del aprendizaje en nuestra corta vida para desandarlo después con el olvido paulatino, en nuestro ocaso.» El maestro miró fijamente, con cariño, al joven y le explicó como nuestro espíritu se incorpora en el germen de la materia a la que acompaña y como éste, como tal energía, era devuelto al cosmos tras el ciclo vital, tal y como los ciclos estacionales agostan o enfatizan el verdor de los tallos, aún con savia, ésta se fortalece y debilita, inunda y se evapora una y otra vez en su eterno circular.
Mixala, era un joven inquieto, con un espíritu explorador que aceptaba los trabajos y circunstancias con perseverancia sabia, pero su interior estaba totalmente lleno de interrogantes que despuntaban con cada amanecer, tras el bullir de meditaciones que algunas noches, incluso le dejaban en vela. Había algo en Mixala que no daba tregua a sus constantes razonamientos y, como si de un cauce inmenso se tratara, no terminaba nunca de saciar su curso con el riego de las continuas lluvias de respuestas que solicitaba día tras días y que dejaban paso o incitaban a otras nuevas, no encontraba nunca presa que le hiciera sosegarse, como estanque. Sus maestros, chamanes sañudos y viejos, amables y tiernos, en los que la juventud había constado en un duro camino de privación y búsqueda respondían siempre entablando el perfecto círculo que del Cosmos habían aprendido, que habían ido recibiendo desde de la noche de los tiempos de boca a oído de maestro y se había ido enriqueciendo a través de muchas generaciones de meditación, de pensamiento, ascetismo y tesón. No suponía Mixala una carga, sino una cierta incitación, la sal del monasterio a los chavales jóvenes que lo aceptaban todo sin inquerencia alguna, sin un planteamiento que hiciera de prisma a las explicaciones tradicionales del Gran Cosmos.
Cada nuevo día el joven despertaba con una nueva interrogante sobre aquello que le circundaba, lo que su mente quería comprender, aquello que excitaba su espíritu; cada día recibía de alguno de sus maestros una docta respuesta, serena, meditada y convincente que construía en su entendimiento un compleja cosmogonía cuyos elementos se iban revelando unos como engranajes de otros, sin fisuras, sin huecos, con una perfecta simbiosis que hacía de todo una maquinaria perfecta que marchaba en un ritmo constante y delicado. Pero, cada día, Mixala salía también al encuentro de la noche; miraba el inmenso moteado de la bóveda celeste en los días claros, el caprichoso dibujo de las nubes en los atardeceres rojizos, las chispas líquidas de la lluvia sobre los pétalos en los días húmedos y con cada uno de ellos el cuerpo de Mixala cambiaba y se forjaba el de un hombre, la mente se componía y maduraba una filosofía, completamente su ser maduraba un espíritu. Había algo que Mixala no tenía y con cada nueva pregunta parecía buscar, con cada nueva jornada parecía anhelar.
Hubo un día que Mixala no preguntó. Se sucedió la tercera luna sin que solicitara a ninguno de sus maestros, se levantaba y hacía sus trabajos pero, ahora, la solicitud y las formas eran las que a sus maestros les incitaron a pensar que Mixala estaba ya preparado, capaz de responder él tal vez a sus preguntas, se habían tornado los papeles y solicitaron a Mixala a presencia de los más viejos, de los más sabios. — «Querido hermano, ha llegado el momento en que tu lugar pase a donde más beneficio ofrezca a todos, ya que no vemos por qué continuar con una formación que vemos colmada y a la que las respuestas han de suceder preguntas; vemos que, en cierta medida, se ha saciado su excitada sed de la que siempre nos hemos sentido agradados, y con ello, vemos el hito de un camino que ha de tomar otra dirección». Mixala no pareció aceptar aquello como una alegría, más bien, tornó su rostro en una profunda tristeza y se sumió en un silencio que los maestros respetaron. Al rato, Mixala les dijo — «Queridos, amados, maestros, yo he pertenecido a esta comunidad durante los años en los que he florecido y a ella le debo todo mi entendimiento pero, de la misma manera en la que respondisteis a mis preguntas éstas no hacían más que acuciar una aún más intensa y firme, ¿cómo conocemos todo lo que sabemos, lo que enseñamos sin haberlo visto? Es bien cierto que todo el orden cosmogónico se intuye en cada esencia de nuestro entorno y yo creo en ello, pero a mi nunca nadie me ha dado por respuesta un “no sé”, un “no lo conozco” y con la inmensidad que veo en las montañas que nos rodean, con la inmensidad que, incluso veo en la constitución de lo más ínfimo que puedo coger con mis manos, en mi espíritu queda la duda de si nuestro mundo es tan pequeño que todo se puede explicar, en el que no cabe el asombro ante la grandeza de lo inexplicable o la incertidumbre ante lo que sospechamos pero no podemos demostrar. Yo creo en un Universo mucho más inmenso que todo ello, en el que quedan muchas preguntas por responder y yo tengo que conocer, a mi juicio, no las respuestas, sino las preguntas que son la antorcha de la que se prende la luz del conocimiento. Nosotros no hemos trabajado nunca en propósitos o retos de encontrar el conocimiento, sino en un constante Cosmos que se mueve cíclicamente sin secretos; y ello se me hace pequeño, como pequeños somos nosotros». Por primera vez los maestros no respondieron, y un silencio ocupó la estancia hasta que la reunión se dio por terminada.
Con el despuntar del nuevo día, Mixala salió a buscar las preguntas a un mundo totalmente nuevo y virgen, más allá de las montañas que estrechaban el cosmos de un monasterio; tal vez Mixala creara una nueva cosmogonía, iniciara su escuela filosófica o, simplemente viviera en la duda eterna de la infinita pequeñez de quien busca preguntas a las cuales responder.
2 Commentarios:
¿Quizás Mixala no escuchó bien a los maestros? Pudiera ser que, sintiéndose, sintiendo el mundo que le rodeaba y lanzando las preguntas, en lugar de hacia afuera, hacia adentro, hubiera SABIDO que los maestros no podían contestarle, porque él tenía la respuesta, esa y todas y que cualquier cosa que otro dijera a él no le serviría porque solo él ha vivido su vida y la ha asimilido a su manera. Cada maestro tiene su respuesta y solo puede mostrar el camino para encontrarla, pero cada discípulo debe buscar la respuesta a u pregunta. Y la pregunta podría ser ¿qué es aquéllo que importa más que nada, que es imposible y, sin embargo es lo que busco, porque es lo que necesito???
La necesidad —ineludible— del Ser Humano de hacerse preguntas choca de frente con las cosmogonías establecidas, excepto con aquellas que dejan una vía libre a la ampliación de horizontes humanos. Sí, cada discípulo tiene su propio camino, eso es lo que Mixala nos enseña (frente a una visión única del Mundo); enfrentándose a los sistemas estructurados. Más que nada, todo se refiere, a que las filosofías (las religiones no son más que filosofías con un dogma estricto) tienen puntos de encuentro por ajena que sea su procedencia (pero, en absoluto, tienen la respuesta, la única y verdadera respuesta —hay muchas respuestas, o desde otro punto de vista, la Respuesta es demasiado compleja—). El Ser Humano, además, tiene una necesidad innata de incertidumbres, es tendente a un agnosticismo —en términos estrictos—, es una «máquina de lógica» maravillosa pero, que necesita saber que existen mundos por explorar.
Muchas gracias por tu aportación Ismene.
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